entre sombras y alcohol, un sacrificio!

Nos habíamos estado tomando unas cervezas camino a mi oficina, en Miraflores, después de haber huido de un local cerca a su casa, donde ella estaba celebrando su cumpleaños, esperando nadie notase su ausencia, guardando nuestras esperanzas en la cantidad de alcohol que habría ingerido la comarca. Era algo más de la una de la mañana y con un six pack en mano, nos dispusimos a subir al segundo piso para poner algo de música mientras conversábamos. Habría pasado menos de media hora echados en el piso alfombrado para cuando decidimos juntar nuestros labios nuevamente. Es pues que estos ya habrían probado la humedad del otro y estaban en busca de más, de común acuerdo, cuando a pesar de quedar aun latas intactas, decidimos ponerlas a un lado para dar permiso a una traviesa inspección dactilar que deguste las formas ocultas bajo las vestiduras que entre sombras formábamos en complicidad mutua.

Lo extraño del caso es que mientras las prendas iban lentamente despejando el área a auscultar, el licor que minutos antes no había hecho el efecto que normalmente causa por su abundancia (no habíamos estado en ese extremo), empezó poco a poco y apresuradamente a mermar la fuerza de voluntad de quien en ese momento dejaba de ser cómplice para convertirse en una especie de víctima inmaculada de un vil depredador ¡Yo!...

Cabe recordar que históricamente, así sea un sorbo, el alcohol siempre ha servido, -y me declaro culpable- como herramienta que excuse cualquier paso de más para evitar responsabilidades de los pecados que en ese momento los dos, de común acuerdo, cometieron, para asegurar al día siguiente, en una postura histriónica, amnésica, haber perdido la consciencia del hecho del cual quisimos ser parte. Así mismo he visto lo propio en el caso fémino, usando el alcohol para afirmar no haber estado en todos sus cabales y haber sido aprovechada por alguien que no consideró que su estado etílico le habría robado voluntad.

Practicamente había ya muy poco de qué desprenderla pero sospechosamente, ya sin voluntad, no podía mantenerse firme, no podía apoyarse por propios medios sucumbiendo continuamente en la inconsciencia. No puedo negar que hubieron partes de mí que odiaron la decisión que tomé, por lo menos en ese momento. Esas prendas que le había quitado, que siempre en esos momentos parecen muchas, abundantes, demasiadas, las tomé y una a una volví a colocárselas poco a poco y con paciencia santa hasta dejarla tal cual llegó a mi oficina. De pronto, en ese preciso instante, milagrosamente, recobró la consciencia, preguntando que qué había pasado. Le hice una somera crónica de lo sucedido instantes antes, a pesar de que, pienso yo, ya estaba enterada. Faltos de tiempo regresamos a la fiesta en donde al parecer nadie notó su ausencia y recapitulamos los bailes y risas que no faltan en cualquier celebración.

Hubieron más momentos como este, ya que salimos por buen tiempo, pero felizmente sin los detestables efectos etílicos que de forma gratuita pretendió dar lecciones de histrionismo. Y hasta la última vez que tocamos el tema, ya con una simple amistad de por medio, juró y rejuró que su condición fue cierta, que nunca fingió, cosa que hasta el día de hoy, dadas las evidencias, no creo.

Supongo, muchos varones no entenderán la actitud que tomé en el campo de batalla, pero es sólo la necesidad de ser yo la causa para una muestra de afecto y no, así no sea cierto, el alcohol. Lo que sí, debo confesar, ..es una solemne muestra de sacrificio: Merezco un monumento.