triángulo: el profe y las alumnas

Conversando con una amiga que cursa aun la universidad, entre otros temas, comentamos acerca de esas telenovelezcas y abundantes contiendas en las que dos féminas se disputan el calor de un macho brío, perfumado y con verbo de cátedra que, de bondades docentes, lejos de ser sólo un guía cognoscitado quien dibuje la senda a seguir para la graduación de un profesional efectivo en su mercado, se ha convertido en la figura masculina que como una luz  se impone sobre la oscuridad y desdibuja las frágiles mentes de dos damiselas, llenando por completo, sus miradas de ilusión y deseo. 


Cómo reprochar la mágica fijación de ensueño de quienes se hallan en una perspectiva, dícese por género y tiempo, en que la vida sólo adquiere sentido con el color del romance y la promesa de un final felíz. Ese ocaso en cuyo último capítulo bramen triunfantes, "Y serán felices para siempre". Cómo entonces reprochar también a la viril figura sometida a la honrosa disputa, pañuelo y sable en mano, quien galopa aun indeciso de a cual hacerle llegar el enceguecedor premio de su mirada, correspondiendo el halagador cumplido de una batalla verbal y pública en su lienzo docente, el salón de clases.



Cuando cursaba el primer grado de primaria, recuerdo aun cómo la profesora o "miss" como tan huacháfamente se les hace llamar en algunos colegios, se había convertido en la futura esposa de cada uno de los maduros varones de seis años, quienes muy dentro de sí, ya que nadie osaba vencido ceder en su confesión su más íntimo secreto, guardaban un deseo disimulado para pretender y expresarse con la propina de mami, obsequiándole un pedacito de ternura, asegurando para cuando ya aprendiesen a amarrarse los zapatos, el corazón de la dulce maestra. 


¡No es el mismo caso! las dos alumnas dejaron ya muertas aquellas épocas en las que se apareaban con un besito en la mejilla para después correr donde mamá a confesar su embarazo. Son dos mujeres que a pesar de estar conscientes de que una relación abarca, conforme uno crece, mayor cantidad de complicaciones y responsabilidades, son también educadas por una sociedad que dice que todo es más simple y hay que complicarlo de alguna manera...

Garras Felinas

El ataque de las fieras puede, de acuerdo a la cultura y al contexto, ser más o menos salvaje, ácido y estratégico. Todos hemos sido testigos que una batalla entre machos en disputa por la que parirá sus retoños es más física, incidental y para nada estratégica, muy diferente a la de las féminas cuyas estrategias abarcan desde mordaces comentarios hasta propagandas comunales que abarcan su circulo social por medio de su incansable megáfono gesticular aquel que conocemos como boca (no confundir con la masculina) ¡Claro! Si sólo hablamos   de alcance ya que la violencia puede ser aun mayor pese a la carencia de destreza, como con esos arañazos y jaladas de cabellos que Bozzo hiciese famosos en la televisión nacional.


--¡Es mi novio!-- Y es que a veces el derecho a la propiedad no es el resultado de un diálogo sano ni producto de la razón, sino a la imposición y la ventaja bélica. Sobretodo cuando la razón o el producto del conflicto -De carne y hueso-, dentro de la comodidad que su situación lo ha colocado, se ha limitado a ser un espectador afortunado, en un asiento privilegiado. La afrenta entre las rivales ha hecho que el pretendido no pueda aligerar peso en ese orgullo que tanto encendieron, aunque otras testigos dirían que es un orgullo sin razón que lo justifique. 


Por lo pronto las garras de la ya feliz ganadora da ciertos zarpazos verbales cual fiera demarcando el territorio miccionado en el salvaje salón de clases, se encuentran hundidas en su voluntaria presa. El catus cazó al ratón.

Por cierto, la supuesta perdedora, según me lo ha aclarado, nunca fue tal. Aclaró que antes del mencionado embrollo no hubo un interés hacía el galardón docente y como prueba irrefutable de la imposibilidad de un gusto prestado me presentó su foto y me parece totalmente justificable. Supongo habrá tenido algunas otras bondades ocultas que no todas llegan a percibir. Al parecer nunca hubo rivalidad, sólo -a lo Pinglo-, un sueño de opio producto de la confusión. Se compitió en algo del que sólo había una corredora, hoy feliz por el resultado. Lástima, nunca hubo porqué luchar, nunca hubo telenovela.