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sábado, 17 de abril de 2010

la voz del papa no es la voz de dios




carta abierta del sacerdote católico Hans Küng

Joseph Ratzinger (Benedicto XVI) y yo fuimos los teólogos más jóvenes en el Concilio Vaticano II de 1962 a 1965. Ahora somos los mayores y los únicos que seguimos en plena actividad. Siempre entendí que mi trabajo de teólogo estaba al servicio de la Iglesia Católica Romana. Por ello, con ocasión del quinto aniversario de la elección del papa Benedicto XVI, hago este llamado en una carta abierta. Al hacerlo, estoy motivado por mi profundo interés por la Iglesia, que ahora se encuentra en la peor crisis de credibilidad desde la reforma protestante. Por favor, disculpen el formato de una carta abierta; lamentablemente, no tengo otra manera de llegar a ustedes...

Mis esperanzas y las de los católicos que esperan que el Papa encuentre su manera de promover una renovación de la Iglesia y un acercamiento ecuménico en el espíritu del Concilio Vaticano II no han sido, lamentablemente, satisfechas. Su pontificado ha dejado pasar más oportunidades de las que ha tomado: se perdieron las oportunidades de acercamiento con las iglesias protestantes, de la reconciliación a largo plazo con los judíos, del diálogo con los musulmanes en una atmósfera de confianza mutua, de reconciliarse con los colonizados pueblos indígenas de América Latina y de dar asistencia al pueblo de África en su lucha contra el sida. Se perdió, también, la oportunidad de hacer que el espíritu del Concilio Vaticano II sea la brújula de toda la Iglesia Católica.

Este último punto, respetados obispos, es el más serio de todos. Una y otra vez, este Papa agregó calificativos a los textos conciliares y los interpretó contra el espíritu de los padres conciliares:

  • Regresó a los obispos de la tradicionalista Sociedad de Pío X a la Iglesia sin condiciones previas;
  • Promueve la medieval Misa Tridentina por todos los medios posibles;
  • Rechaza poner en marcha el acercamiento con la Iglesia Anglicana, que fue presentada en documentos ecuménicos oficiales por la Comisión Internacional Anglicana-Católica Romana;
  • Ha reforzado de manera activa las fuerzas anticonciliares en la Iglesia, designando a funcionarios reaccionarios en puestos clave en la curia y designando obispos reaccionarios en todo el mundo.

Y, ahora, sobre estas crisis aparecen escándalos gritados al cielo: la revelación de que clérigos abusaron de miles de niños y adolescentes en todo el mundo. Para hacer las cosas peor, el manejo de estos casos dio a lugar a una crisis de liderazgo sin precedentes y al colapso de la confianza en el liderazgo de la Iglesia. Las consecuencias de la reputación de la Iglesia Católica son desastrosas. Importantes líderes del clero ya lo han admitido. Varios inocentes y comprometidos pastores y educadores están sufriendo el estigma de sospecha que ahora cubre a la Iglesia.

Ustedes, obispos, deben enfrentar la pregunta: ¿Qué le pasará a nuestra Iglesia y a sus diócesis en el futuro? No es mi intención bosquejar un nuevo programa de reforma. Solo quiero hacerles seis propuestas que, estoy seguro, son apoyadas por millones de católicos que no tienen voz en la situación actual.

No se queden callados: Haciéndolo frente a tan serios agravios, se contaminan con la culpa. Cuando crean que algunas leyes, directivas y medidas son contraproducentes, deben decirlo en público. ¡No envíe a Roma muestras de su devoción sino haga un llamado a la reforma!

Empiecen la reforma: Muchos en la Iglesia y en el episcopado se quejan de Roma, pero no hacen nada. Ya sean obispos, sacerdotes o laicos, todos pueden hacer algo para renovar la Iglesia en su propio círculo de influencia. Muchos de los grandes logros que han ocurrido en parroquias individuales y en la Iglesia en general deben su origen a la iniciativa de un individuo o de un pequeño grupo. Como obispos, deben promover y apoyar esas iniciativas, y –en especial, por la situación actual– deben responder a las justas quejas de los fieles.

Actúen en un modo colegiado: Contra la persistente oposición de la Curia, el Concilio Vaticano II decretó la colegiatura del Papa y los obispos. En la era postconciliar, sin embargo, el Papa y la Curia han ignorado este decreto. Apenas dos años después del concilio, el papa Paulo VI publicó su encíclica defendiendo la controvertida ley de celibato sin consultarle a los obispos en lo absoluto. Desde entonces, la política y el magisterio papal han seguido actuando de esa antigua e incolegiada manera. Es por ello que no deben actuar solos, sino más bien en comunidad con otros obispos y con los hombres y mujeres que constituyen la Iglesia.

La obediencia incondicional se debe solo a Dios: Aunque en su consagración episcopal tomaron un juramento de obediencia incondicional al Papa, ustedes saben que la obediencia incondicional nunca se debe a una autoridad humana; esta es solo para Dios. Por eso no deben sentirse limitados por su juramento para decir la verdad sobre la crisis actual que está enfrentando la Iglesia, sus diócesis y sus países. Presionar a las autoridades romanas con el espíritu de la fraternidad cristiana es permisible e, incluso, necesario cuando ellas fallan en cumplir con el Evangelio y su misión.

Trabajen por soluciones regionales: El Vaticano suele hacer oídos sordos a las bien fundadas demandas del episcopado, los sacerdotes y los laicos. Esta es razón suficiente para buscar sabias soluciones regionales. Como están bien al tanto, el rol del celibato –una herencia de la Edad Media– representa un problema particular delicado. En el contexto de los escándalos de abusos del clero de hoy, el celibato ha sido puesto en duda. Contra el deseo expreso de Roma, el cambio se ve apenas posible, pero esto no es razón para la resignación. Conferencias episcopales individuales pueden tomar la delantera con soluciones regionales. Sería mejor, sin embargo, buscar una solución para toda la Iglesia. Por ello:

Convoquen un concilio: Así como el logro de la reforma litúrgica, de la libertad de clero, del ecumenismo y del diálogo interreligioso necesitaron un concilio ecuménico, ahora se necesita un concilio para solucionar los problemas que se intensifican dramáticamente y que piden una reforma. En el siglo previo a la reforma protestante, el Concilio de Constanza decretó que los concilios debían efectuarse cada cinco años. Pero la curia romana logró evadir esta regla exitosamente. Por ello, depende de ustedes presionar para que se llame a un concilio o, al menos, una asamblea representativa de obispos.


Con la Iglesia en una profunda crisis, este es mi llamado, venerables obispos: pongan en uso la autoridad episcopal que fue reafirmada por el Concilio Vaticano II. En esta situación urgente, los ojos del mundo giran hacia ustedes. Innumerables personas han perdido su confianza en la Iglesia Católica. Solo reconociendo abierta y honestamente estos problemas y resolviéndolos y realizando reformas, la confianza puede ser recuperada. Con todo respeto, les pido que hagan su parte en el apostólico “sin miedo’ (Hechos 4: 29,31). Den a sus fieles signos de esperanza y estímulo y den a nuestra Iglesia la brújula para su futura dirección.

Con cálidos saludos en la comunidad de la fe cristiana,




Sacerdote católico, Teólogo








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