Las palabras engrosadas y de color amarillo dentro de cada artículo son enlaces a fuentes, videos y/o a otras páginas.
Basta con hacer un click sobre ellas.

Espero disfruten su visita.





martes, 19 de enero de 2010

¡contención!


Debo confesar -nostálgico y reflexivo- que la publicidad y las comunicaciones, actividades a las que me dedico, me ha proporcionado momentos gratificantes, anécdotas bochornosas pero agradables que recuerdo con una sonrisa en los labios, y situaciones que debido a mi muy inadecuado modus operandi, a mi timidez, o a condiciones muy particulares, no he sabido aprovechar.





No estoy seguro el motivo por el cual estuve mal en esos días. El estómago se me había rebelado y no podía contener aquellas exigencias fisiológicas que a todos los demás no les resta mayor tiempo a diario. Bastaba con ver el menú con el que por motivos de trabajo acostumbraba consumir mientras corría de un lado a otro: hamburguesas, tocino, papas fritas, pollo a la brasa; todos aquellos manjares empapados en grasas que no corresponden a una dieta, digamos, sana o balanceada. El pecado ya se había cometido y estaba pagando culpas. Para colmo de males, antes de ir al trabajo me di con la sorpresa de que no había pagado la renta con el dinero que ya había gastado, cuyo aviso me había sido notificado 15 días antes y que incluía los servicios básicos. No tenía tiempo de ir al banco y estaba sin luz. Felizmente para mis intereses en ese momento, sí tenía agua...

Nos encontrábamos en épocas de fiesta. Había un evento importante y teníamos que cubrirlo; se iba a elegir a una reina y yo era quien debía filmar el desenvolvimiento de las candidatas en todas las actividades programadas. Comunmente hubiese sido una noticia a aplaudir, pero no en esos días en que mis intestinos bramaban con fuerza: Los malditos cerdos y vacas que había devorado estaban penando en mi estómago. La discoteca estaba presta a recibir las provocativas formas de quienes disputaban el cetro de la chica más atractiva de la región, mientras yo entre ouijas y rezos buscaba que exorcizar a los animales en pena de mi estómago, presto a correr al baño en cualquier momento. En un momento dado, a pesar de los riesgos, me acerqué a la barra del segundo piso para refrescarme un poco e intentar mejorar mi temple entre mi caprichoso temporal ermitaño y un vaso de licor. De pronto, A, una muy guapa candidata de quien un pata, llamémoslo B, estaba muy prendido, se me acercó para mi sorpresa y se sentó a mi costado como quien no quiere la cosa. Después de un par de minutos en que no abrí la boca, ella, con cierta dulzura inició la conversación, notando, de a pocos y conforme hablábamos, mi mal estado.


- ¿Estás bien?

- No en realidad. Me duele un poco la cabeza.


Cabe entender que no había mayor motivo para comunicar detalles sobre mi molestia que, aunque todos pasamos en algún momento por eso y es totalmente justificable y natural, el orgullo y la vergüenza se imponen por encima del ansia de decir siempre la verdad, aun contradiciendo las enseñanzas de mamá. Ella me entendió sin conocer el alcance de mi malestar; estuvo un rato más conmigo pese a la constante insistencia de sus amigas, y finalmente se despidió.

Al día siguiente me comunicaron que como parte del concurso, las chicas debían ir a un centro de esparcimiento lejos de la ciudad: Alguien debía acompañarlas para plasmar en cintas de video la actividad. La duda, el temor y la vergüenza me obligaron a meditar sobre si era una buena idea no tomar en serio mi situación gastro dependiente, pero ante la sutil mejoría, el saber que una amiga mía (D) también concursaba y el paisaje prometedor que se vislumbraba con el viaje, decidí no dejarme sucumbir ante la enfermedad y enfrentarla con hidalgia en provecho de un trabajo correcto y digno ¡Tenía que cumplir con mi deber!

Muy temprano por la mañana me apersoné en el lugar pactado en donde nos recogería el bus. Ser el único varón que no evidenciaba décadas paleolíticas sugería cierto cómodo y aventajado sitial ¡Partimos! Una vez pisamos tierra, cruzamos una trocha rumbo al Club, para llegar e iniciar las actividades. 

Hice las tomas clásicas en ropa de baño, desfilando, presentándose, posando, de a una, en grupos, entrando a la piscina. Terminé el trabajo instantes antes de que la lluvia nos sorprendiera. Después, ya relajados todos, tomamos un descanso. Estuve deambulando solo por unos puentes con techo que ornamentaban el lugar, aún con miedo y a la espera de una manifestación espiritual de los cadáveres que yacían entre mis intestinos cuando me sorprendió nuevamente A, para iniciar de nuevo nuestro frustrado coloquio de la noche discotequera, con mejor humor, con un mejor ambiente. No hubo mucho tiempo pero fue suficiente para que ella, entre sus preguntas, haga evidente su interés por saber si las intenciones de sus recientes protagonismos para conmigo eran correspondidos. Me comentó por ejemplo con cierto tono dulce y avergonzado, en evidente búsqueda de lisuras y piropos que la contradijeran, que tenía cierto complejo sobre su cuerpo. Su espalda, decía ella, era muy ancha a comparación de su cintura. No había razón para complejos dije con total sinceridad: Su espalda era ligeramente más ancha que lo común pero lejos de ser un defecto, acentuaba su figura y moldeaba mejor sus curvas. Mi madre también -comenté-, tenía la espalda algo ancha debido a que era una excelente nadadora, cosa que ninguno de sus hijos heredó ¡De la orilla los Palacios no pasamos!. 

Con todo el ambiente propicio, hubo un instante dentro de la conversación en que ante la cercanía de nuestros cuerpos en complicidad, el destino presagiaba un colofón húmedo y muy nuestro, con un roce de nuestros labios. No hubo manifestaciones en mi estómago ni tuve que correr al baño, sin embargo el lugar, de pronto y segundos antes del ósculo, se convirtió en un parque jurásico: De la nada, todos los señores del club y organizadores, circulaban por los puentes anunciando que debíamos regresar ya que el almuerzo estaba listo. Ambos simulamos el momento y fuimos a almorzar.

De regreso a casa, ya con más confianza con las chicas, regresé en medio de ellas, de aquellas con las que había entablado cierta amistad: Estaba rodeado ¡Estaba en mi gloria!. En los asientos del costado estaba mi amiga D. Ya cerca de mi hospedaje en la avenida Grau, A me preguntó dónde vivía.


- Aquí a cinco cuadras.

-¿Así? justo yo vivo a la vuelta de la plaza veintiocho ¿Nos bajamos juntos?

-No. él vive 2 cuadras antes que tú -intervenía mi amiga a quien pareció no haberle agradado la actitud de A.


-Igual. Marco, nos bajamos juntos y de ahí me voy a mi casa- Insistió A

-Ah ya ok


Bajamos del bus en la esquina de la quinta en la que alquilaba mi habitación, cual lo pactado e insistió en conocerla, cuando un ligero y drástico movimiento intestinal me recordó el problema por el que atravesaba y evidenciaba una posible manifestación. En unos segundos estuve balanceando los pro y los contras acerca de pasar un rato agradable para ambos, tomando en cuenta la posibilidad de una emergencia digestiva. Precisamente es ese instante llegó a mi memoria otra distópica realidad: Tampoco tenía luz. Podría atravesar con valentía el enfrentamiento a una de las penurias ¿Pero las dos?: Estando sin luz, no necesitaría de mucho verbo para entretenernos, pero ante la emergencia que el torniquete estomacal me recordó ¿Qué distracción podría ejercer sin un artefacto que trabaje con electricidad que camufle mi ausencia hasta mi regreso del exorcismo? ¿Qué distracción podría ejercer sin un artefacto que camufle las consecuencias auditivas y probablemente olfativas del exorcismo? De pronto, un intestino cambió de posición decidido a purgar mis penas. La cita debía ser para cuando los imprevistos hayan sido solucionados por lo que sin mucha diplomacia, y ante el apuro que poco a poco sentía como fuego venir, la llevé hasta su casa a paso veloz y casi empujándola, pasamos la cuadra hasta llegar a la plaza 28, cruzamos hacia el San Agustín, el camino se me hacía interminable. Solo pensaba, entre culpas y arrepentimiento, en el rechazo que ella iba a sentir con mi actitud sin saber los reales motivos: Aquellos que nunca le confesaría por vergüenza.

Pasaron los días y no encontraba una sola excusa para ir a buscarla sin verme evidenciado hasta que llegó el día de la premiación, al que obviamente tuve que asistir. Terminada la ceremonia las cosas no salieron como esperaba, A fue coronada como reina, ella ganó y eso significaba esperar todos los globos oculares encima y posiblemente la condena a mi definitivo entierro en algún rincón de su memoria, al olvido por los nuevos galanes que de hecho iban a orbitarla en una suerte de moscas ávidas por un mordisco al pastel. Sin embargo, una vez concluidas las fotos y saludos protocales, ella se acercó al grupo que habíamos formado con unos amigos y se paró a mi lado. La música empezaba y ella, aun a mi costado, repetía constantemente Quiero bailar mientras que frente a mí, parado, B mantenía su vista, con la que parecía asesinarme, clavada en mí. No dejaba de mirarme. La incomodidad y el sentimiento de culpa por una traición inexistente a mi camarada, quien, por lo que vi, nunca recibió la más mínima pista como para cultivar una esperanza, me obligaron a ser indiferente para con ella. Tal vez esperaba que lo rechazara definitivamente para no pretender hubiese dudas sobre mi comportamiento una vez tomase yo la posta o tal vez sólo esperaba él se marchase, cosa que nunca ocurrió. Bailé, pero no con ella, hubiese sido devastador, sobre todo si el momento propiciaba un acercamiento; él no iba a quitarnos la mirada. A pesar de la notoria molestia reflejada en su rostro, ella aceptó bailar con él y lo hizo sin quitarme la vista de encima. Pasó un tiempo y nunca tuve el valor de buscarla. A viajó y no tuve más noticias de ella hasta hace poco que por casualidad la vi en el facebook, casada y con una vida lograda. Intenté hacerla contacto mío en la red virtual para recobrar la amistad pero nunca aceptó la invitación, me ignoró por completo. Es muy probable que no me recuerde y que no tenga la menor idea de quién soy. Mientras le enviaba la invitación, pensaba si un desarme estomacal, una habitación sin luz y un pata sin oportunidad eran suficiente excusa para no haber correspondido como quise hacerlo... Y todo ¡Por una cagada!




1 Miradas :

el anónimo polémico dijo...

O sea mi estimado buchisapa, te quedaste quichatero y se te escapó viva la chica. Para la próxima dile a tu cuatro letras que se contenga pues. No se puede ir por la vida dejando que pasen las oportunidades por una cagada.

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
 
Logo Designer Ir Arriba