Hace algunos días otro escándalo ensució, para variar, el tan manoseado nombre de la Iglesia. En septiembre de este año Alfonso Puclla, sospechando que su mujer, Teolinda Amaya, con la excusa, así se lo había dicho a sus hijos, de cumplir con su faena laboral, lo engañaba con otro hombre, la siguió, cámara en mano, hasta la parroquia Medalla Milagrosa ubicada en la urbanización San Andrés, en Trujillo, en donde sorprendido comprobó su temor, atestiguando a su mujer en plena faena, pero no laboral sino sexual, con José Antonio Bohuytron, el sacerdote del recinto. La víctima del engaño, se mantuvo filmando la escena por unos segundos para luego irrumpir en la habitación y encarar a los sinverguenzas.
Naturalmente indignado, el esposo empezó a reprender a su esposa por engañarlo, pero al dirigir su reclamo al cura, éste, pidiendo calma, repetía con voz tenue y pausada, como oficiando misa, “Yo reconozco mi falta, es una trampa en la que he caído”, el problema es ...¿Trampa de quién? ¿De la pareja? ¿Del indignado marido? ¿Del demonio?...