Era ya de noche, recuerdo, y me disponía a ir a una fiesta, a un matrimonio con mis amigos del barrio, con dos de mis patas,
Pepe y mi tocayo el gordo
Marco. Una de las chicas de la cuadra que para ese entonces se habría mudado con toda la familia a San Miguel, iba a contraer nupcias. Eran tres hermanas, llamémoslas
Ese, la mayor de las tres y el motivo de la ceremonia: La feliz novia,
Ye, y por último
Eme, la menor. Por la distancia y distintas razones, su cercanía y contacto eran mayores con Pepe que conmigo, y de las tres a lo largo de los años, yo había adquirido mayor confianza con las dos últimas, por cuestión de promoción diría yo, aun más con
Eme.
Previamente, con el hambre sin saciar y en busca de cambiar el dinero que llevaba para el compromiso, nos dirigimos donde Sebastián, el popular Snack de la época en el barrio, el boom del momento, ubicado en la 18 de arenales. Cabe resaltar que Sebastián, el dueño, comenzó trabajando humildemente para un empresario que siempre se sentaba al costado de él y sus compañeros, con quienes debía competir. Poco a poco se dejó notar cómo la clientela se aglomeraba en torno a su carrito sanguchero, dejando a los demás atestiguando el tráfico aburrido de arenales, bostezando. Sebastián, a base de esfuerzo y trabajo, dejó sin clientes a los demás, compañeros de competencia que con el tiempo desaparecieron. Luego le compró el carrito a su patrón y, debido a su éxito, alquiló dos locales para ya su negocio propio.
Volviendo al tema, eran ya las 7 de la noche y me encontraba degustando junto a mis amigos la mejor hamburguesa del área, la de Sebastian, apresurados para no llegar tarde a la iglesia, a las 8, como se había dictado en la invitación

Impecable, en terno, despidiendo un sutil aroma a Arom, sin ser ¡claro esta! una propaganda ambulante de colonias, devoraba con impaciencia la grasienta carne. Al cabo de unos minutos, cuando nos destinábamos a cancelar el servicio, el resto de personas ajenas a nosotros tres, que también consumían dentro del local, se espantaron extrañados. Un joven elegantemente vestido -como nunca-, tenía el torso, brazos y cabeza introducidos en un oloroso y enorme tacho de basura casi afuera del local. Era pues que, por torpe, distraído o apresurado, en vez de botar las sobras (papeles, servilletas) de la hamburguesa que sostenía en una mano, boté el vuelto de 100 soles que tenía en la otra, mi único capital. Habré pasado unos cinco minutos bajo la tapa del tacho, en caza de mi vuelto, entre residuos de carne, pollo y salsas, para encontrar billete a billete, moneda a moneda, mi vuelto. Mientras hacía esto, guardaba muy dentro de mí, la esperanza de no llevarme a cuestas y en remplazo del que ya tenía, todos los aromas que brotaban de las sobras acurrucadas en las profundidades de ese hondo tacho de basura. Durante buen rato no pude sacarme el olor de la nariz, mis amigos aseguraron que eso estaba en mi imaginación. Sus carcajadas evitaron me convenciera por completo.
El viaje en taxi, camino a la iglesia, entre risas y burlas por mi protagonismo en el mundo basural se vio algo entorpecido por el tugurizante tráfico de Lima a esas horas que, aunque no es comparable al actual igual ¡llegamos tarde! Buscamos unos asientos atrás ante la cantidad de gente en el templo, casi ocultándonos para no revelar nuestra falta y pasar desapercibidos.
Ya en la puerta de la casa, nos recibió la abuela. Señora que por alguna razón que desconozco, no me había olvidado a pesar de los años en que no me veía y de las dos únicas veces, en dos cumpleaños, en que habíamos tenido alguna charla cuando yo era infante, es decir, cuando ella hablaba y yo decía, cejas arriba, sí señora. En ambas oportunidades comentó "lo bonito" que sería verme como pareja de una de sus nietas, de Ye específicamente. Yo pensaba mientras tanto en la pelota y los juguetes.
La señora muy dulcemente nos hizo entrar y no sólo me reconoció sino que con mucho cariño me hizo notar que tampoco había olvidado su deseo, ese de años atrás cuando medía menos de la mitad, ese de verme junto a la hermana de la novia: "Ahí está Ye", me comentó entusiasmada y con sonrisa cómplice.