Adaptar un clásico de la literatura supone siempre un riesgo. Si para cualquier libro de moda ya de por sí se erizan cuantas afiladas garras en cuanto consideren han prostituido la historia, peor es aún cuando la novela es considerada un clásico por el planeta entero. Los ortodoxos, con toda seguridad, pedirán la cabeza del blasfemo.
Oscar Wilde, uno de los dramaturgos más destacados del Londres victoriano, célebre por su agudo ingenio, publicó la versión completa, allá, en abril de 1891 (la de 1890 carece de varios capítulos que el autor añadió posteriormente), de una de sus obras más celebradas, El retrato de Dorian Gray, hoy uno de los clásicos modernos de la literatura occidental pese a que en su momento la crítica habría sido dura, con adjetivos como "nauseabundo", "afeminado", y "sucio", en gran madida por la percepción del autor acerca del hedonismo, su crítica a la moral convencional y sobretodo por las muestras de erotismo sodomita que escandalizó la época. Cabe mencionar que se presume Wilde era homosexual (sentenciado en una época en que esto significaba un delito) y este era un tema que tocaba contínuamente en sus obras.
El director Oliver Parker, con la adaptación de Toby Finlay, nos la trae a la pantalla grande bajo el título Dorian Gray (2009) (en el Perú, aun en cartelera, la están presentando como La maldición de Dorian Gray). Ya antes la adaptación de Albert Lewin, en 1945, le valió un oscar por su fotografía. Parker nos sitúa en el Londres de finales del siglo XIX, gótico, victoriano, corrupto, sucio, sombrío, con mucha lucidez. Sin embargo, Parker, no toma ningún riesgo en desarrollar la psicología de su personaje principal para mostrar con mayor sustento su descenso a los infiernos. Las connotaciones morales en sus elecciones son ligeras y tratadas en muy poco tiempo, y pierde la profundidad que Wilde le había plasmado. Ben Barnes, como Dorian, se queda incompleto, plano y anodino. Y aunque, después de una inocencia que nos hace recordar al Brad Pitt de Meet Joe Black, su personaje crece con la oscuridad y autosuficiencia plasmada después del regreso a su hogar tras años de ausencia, el desarrollo de Gray pudo haber tenido mejor puerto. La película tiene sus mejores momentos cuando un irreconocible actoralmente Colin Firth le saca filo a su personaje secundario, brilla como Lord Henry Wotton, provocador, lúdico, insolente, cínico, sobretodo durante la primera mitad.
El gran acierto del filme se centra en la producción, desde la ambientación hasta el vestuario, la fotografía e incluso el ritmo, sin embargo decae al mezclar una narrativa inicialmente seria y sutil con montajes, flashbacks, y el abuso de efectos visuales y auditivos propios de una película efímera de terror que no terminan de encajar; es pues que el director no parece encontrar el equilibrio entre la narrativa y el exceso en la ambientación. Me quedó en la retina una escena en la que Parker siembra en el espectador una gratuita inquietud creciente para con la última vista del cuadro, reuniendo variados recursos innecesarios para tal motivo, mas, cuando el retrato, cual misterio, es revelado al fin, el efecto es bastante menos intenso de lo esperado. Todo esto banaliza el filme, sin embargo, el ritmo llega a mantenerse y la escencia, pese a varias licencias para con la original, continúa, resultando interesante y entretenida, novedoza para los que no conocen a Wilde y con algunos, talvez demasiados, tintes contemporáneos y hasta infantiles para sus incondicionales.
El gran acierto del filme se centra en la producción, desde la ambientación hasta el vestuario, la fotografía e incluso el ritmo, sin embargo decae al mezclar una narrativa inicialmente seria y sutil con montajes, flashbacks, y el abuso de efectos visuales y auditivos propios de una película efímera de terror que no terminan de encajar; es pues que el director no parece encontrar el equilibrio entre la narrativa y el exceso en la ambientación. Me quedó en la retina una escena en la que Parker siembra en el espectador una gratuita inquietud creciente para con la última vista del cuadro, reuniendo variados recursos innecesarios para tal motivo, mas, cuando el retrato, cual misterio, es revelado al fin, el efecto es bastante menos intenso de lo esperado. Todo esto banaliza el filme, sin embargo, el ritmo llega a mantenerse y la escencia, pese a varias licencias para con la original, continúa, resultando interesante y entretenida, novedoza para los que no conocen a Wilde y con algunos, talvez demasiados, tintes contemporáneos y hasta infantiles para sus incondicionales.
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