Adaptar un clásico de la literatura supone siempre un riesgo. Si para cualquier libro de moda ya de por sí se erizan cuantas afiladas garras en cuanto consideren han prostituido la historia, peor es aún cuando la novela es considerada un clásico por el planeta entero. Los ortodoxos, con toda seguridad, pedirán la cabeza del blasfemo.
Oscar Wilde, uno de los dramaturgos más destacados del Londres victoriano, célebre por su agudo ingenio, publicó la versión completa, allá, en abril de 1891 (la de 1890 carece de varios capítulos que el autor añadió posteriormente), de una de sus obras más celebradas, El retrato de Dorian Gray, hoy uno de los clásicos modernos de la literatura occidental pese a que en su momento la crítica habría sido dura, con adjetivos como "nauseabundo", "afeminado", y "sucio", en gran madida por la percepción del autor acerca del hedonismo, su crítica a la moral convencional y sobretodo por las muestras de erotismo sodomita que escandalizó la época. Cabe mencionar que se presume Wilde era homosexual (sentenciado en una época en que esto significaba un delito) y este era un tema que tocaba contínuamente en sus obras.