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viernes, 18 de abril de 2008

sueños


A lo largo de nuestros años, experimentamos buenos y malos momentos, siendo algunos de impacto permanente sobre nosotros mismos. Algunos durando sólo hasta que después de quedamos rendidos en cama en tierras de Morfeo perdiéndose en el subconsciente  y otros perdurando inherentes en nuestro desarrollo, cambiando, a veces radicalmente, a veces sutilmente, nuestra forma de ver la vida y nuestro comportamiento. El desarrollo y comportamiento que experimentamos al crecer se ven reflejados incluso en actividades no conscientes, en reacciones, costumbres y hasta en sueños. Algunos afirman que es la ventana del subconsciente. Otros que son el reflejo de nuestras vivencias mezcladas con nuestro punto de vista y emociones. Y hasta otros, les atribuyen algo más, como experiencias de vidas pasadas o premoniciones


No siempre soñamos, pero no hay quien no lo haya hecho. He tenido innumerables sueños, buenos y malos, y la mayoría quedaron en el olvido, pero siempre mantengo en el recuerdo algunos que si no marcaron mi vida por lo menos han sido reflejo de mi crecimiento como cualquier mortal en estas tierras. 

Recuerdo en mi niñez, 4 o 5 años aproximadamente, que por la separación de mis padres compartía un espacio en la cama de mi madre, y me encontraba bajo su cuidado directo. Algo de engreimiento también pues debía tener el menor ¿no? Recuerdo yo ya haber estado acostado boca abajo con mi rostro al filo del colchón al lado contrario de la pared para cuando mirando hacia la piesera de la cama, hacia la puerta de la habitación, tenía una visión directa de la sala, estando obviamente la puerta abierta. Al parecer, fue esa la posición en la que quedé dormido. Al rato veía a mi padre sentado en el sofá compartiendo su asiento con uno de esos esqueletos de médico con quien sostenía una charla, mientras mi hermano, Juan Carlos, de 12 años aproximadamente en ese momento, sentado en el suelo miraba el televisor, atento. Ese día desperté muy asustado y angustiado por la seguridad de mi viejo. Es pues que la patética imagen del esqueleto parlante de médico misio, que hoy en día me provocaría risa, me fue tan impactante como para muchos lo fue la película "el exorcista" en su estreno. Conforme crecí notaba lo infantil de los elementos que sirvieron para asustarme. 

Más adelante, entendiendo un poco mejor los instrumentos que promueven ciertas emociones -muchacho curioso-, hallé nuevas respuestas que justificaran ciertos estímulos para determinadas emociones, cosa que en mi subconsciente también se desarrolló. La evolución técnica de mis sueños era evidente. Fue así pues que una noche de esas en las que uno sueña sin saber el motivo, ya a los 17 años aproximadamente, me encontraba en el centro de Lima, creo... -en los sueños nunca hay absoluta cereteza-, con un tumulto de gente. Entre ellas divisé, de pronto, la presencia de mi abuela materna, quien habría fallecido más de 10 años atrás. Su expresión no era exactamente igual a su recuerdo, cuando la pienso. Llevaba un saco negro por el luto de mi abuelo -como siempre desde que tengo uso de razón-, el peinado lacio con pocas canas tirado hacia atrás y con el rostro avejentado por la edad. La diferencia en mi sueño era que que su piel era más blanca de lo normal, con cierta tendencia al celeste, con el cabello más oscuro de lo normal y con los ojos totalmente negros, vale decir que la esclerótica, la parte normalmente blanca del globo ocular era totalmente negra y con la pupila con ciertos brillos de color rojo encendido. La combinación de los colores rojo y negro en sus ojos me produjeron la emoción esperada. En mi sueño, corría desesperadamente huyendo de ella, cosa que me era increíblemente difícil: Mi abuela a pesar de no mover un músculo siempre se mantenía muy cerca, hasta que subí a uno de esos buses grandes llamados Enatru que ya por esa época casi no veía, lógicamente, sólo en sueño, se encontraba limpio, impecable, impoluto, y creyendo haberla perdido me fui al fondo de este, rendido, y me asomé por la ventana, cuando al girar mi vista al frente, ella ya había subido. Mi abuela, sin mover pierna alguna, se acercó a mí a gran velocidad, como flotando, ante mi desesperación. Acto seguido mi hermano despertaba a un adolecente sudoroso y agitado en extremo. Juan Carlos me estaba tranquilizando diciendo que era sólo una pesadilla, aquella que hasta hoy en día no encuentro motivo. No recuerdo mucho a mi abuela pero todos los recuerdos siempre me fueron agradables, pese a que su apariencia, debido al negro de luto, siempre me causó extrañesa.

También recuerdo otra pesadilla en la que yo participaba como tercera persona, vale decir, que me veía dentro del sueño, como cuando vemos una película y el personaje principal es uno mismo, cosa que muy pocas veces he experimentado. En esta ocasión, me encontraba conversando con supuestos amigos que nunca antes había visto en mi vida consciente. Sin ningún motivo aparente, giré mi vista abruptamente directo hacia mí. Me explico, yo como personaje volteé a mirarme, como espectador, como si el personaje principal de una película voltease hacia la cámara, cosa que me despertó fuertemente con dificultades para respirar y con dolor hostigante en el pecho.

Mi madre falleció hace algunos años, en el 2003, y aun no concibo otra idea mas que aquella que me dice constantemente que ella hubiese podido disfrutar algo más de vida si yo no hubiese viajado a iquitos por motivo de trabajo. Creo que tal vez mi compañía hubiese podido aletargar en algo su adiós. Recuerdo que en el día que le celebrábamos la misa del mes, su hermano, mi tío Guillermo, me comentó que la había soñado -familia muy creyente la de mi madre- y yo, a pesar de mi incredulidad teológica, debo confesar haber tenido el ferviente deseo de tener esa misma experiencia. Sin embargo, el tiempo, mi mente o Dios, extrañamente me negó ese deseo. Hace más de un año, sin motivo aparente por fin, ese deseo, me fue cumplido: La soñé. Fue algo extraño. Yo me encontraba residiendo en Iquitos pero en mi sueño estaba en mi casa en Lima, en donde pasé mi pubertad, tal como mi madre la mantenía. Acababa yo de abrir la puerta que da a la calle para entrar a ella y vi a mi mamá parada en el comedor cerca de la mesa. Me acerqué y consciente de que ya no estaba entre nosotros, nada común en los sueños, le dije "pero se supone que tú...". Ella, sin mencionar palabra, me contestó gesticulando que sí. Nos abrazamos y oímos la puerta. Mi hermano estaba entrando y como que aturdido aun por el hecho de que mi madre estuviese ahí, se acercó apresuradamente y nos abrazamos los tres en silencio. Los creyentes dirían que fue un mensaje de ella, otros dirían que era la respuesta a mis deseos por reconconfortar algún sentimiento de culpa, mi dolor. Yo creo simplemente que fue un momento agradable que no deseo olvidar.


La última que recuerdo fue intensa. Fue una pesadilla en matineé, pero con muy buena iluminación y fotografía. La percibí en 2 partes. La primera fue después de haber caído dormido después del almuerzo, cosa que no acostumbro hacer. En ella, me despertaba supuestamente porque un grupo de jóvenes habían llegado a la casa en busca de mi hermano a los que les propuse quedarse en la sala a su espera. Ellos tenían el aspecto inicial de ser extranjeros errantes, algo bohemios, sin embargo, los modismos y acentos capitalinos me removió la duda concluyendo que como yo, era un grupo de limeños en la cálida ciudad de iquitos. Se sentía muy real y pese a la confusión aun no tenía signos de convertirse en una pesadilla. No recuerdo el motivo por el cual desperté, pero al volverme a la cama con serias intenciones de repetir el sueño para prestar más atención al aspecto técnico -como si fuese una producción visual-, me sumergí de nuevo, en sueños, en la misma trama que había dejado inconclusa. No hallé a los visitantes, supuse se habrían marchado por la espera, sin embargo me puse a buscarlos, poco a poco los olvidé y continué en una búsqueda sin objetivo. El ambiente era a media luz, la fotografía era impecable, y con una sensación que poco a poco se desenfocaba, como media aneblinada, en una serie de pasadizos que se hacían cada vez más largos y dejaban el ambiente de la casa para convertirse en la de la oficina, aunque extremadamente grande. Saliendo de un baño empecé a andar en cuclillas. No recuerdo el motivo pero al cruzar un muro volteé al pasadizo para notar a mi hermano que, con un ventilador viejo en la mano de hélices azules, me golpeó fuertemente volviéndome a la realidad. Mis conclusiones no fueron interpretativas de lo sucedido sino más bien una apreciación de un buen concepto visual, aunque, contándoselo a él, le preocupó el concepto que pueda yo tener acerca de nuestra relación. Preocupación infundada dada nuestra siempre excelente relación. Los sueños acostumbran liar piezas sin sentido entre sí.

Algunos, como dije antes, dicen que los sueños son una puerta abierta del alma. Creo que si se equivocan, por lo menos, son una parte entretenida de la misma, confusa y sin sentido, misteriosa e imprevisible, tal y como una aventura.


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