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Hace muchos años el anuncio de una concepción, inmaculada, impoluta, prometía la llegada de una divinidad a la tierra. Pronto una mujer concebiría sin haber consumado unión alguna; una virgen daría a luz a un niño Dios. Una gran estrella, Sothis (Sirius, la estrella del este), guiaría a los testigos para celebrar. La fecha de su alumbramiento estaba escrita desde antes, era en el Solsticio de invierno, según el Calendario juliano el 25 de diciembre en Europa, un período de renovación y re-nacimiento para la mayoría de culturas de la época (Solsticio viene del latín Sol y Sístere, que significa Sol que se mantiene quieto, esto debido al efecto visual que se produce cuando el Sol alcanza su mayor o menor distancia, pareciendo quedarse quieto). A los treinta años fue bautizado por un hombre llamado Anup e inició su ministerio, pero en su destino también estaba escrito la muerte y la resurrección. Su nombre... ¿Jesús? Pues no, su nombre era Horus, también llamado "Krst", el Primer Ungido, el Único en las alturas, todo esto, tres mil años antes de que el hijo de María fuera crucificado en Jerusalén, tres mil años antes, en las tierras de Ra, en donde los judíos también estuvieron y vivieron (1770 a.c. hasta 1250 a.c.) entre la concepción de Horus y la concepción de Jesús...