Los gruesos coqueteos entre el Fujimorismo y el poder de turno, sin importar de quién se trate, no son sorpresa. Alan García, durante su gestión, manejó muy bien los intereses naranjas y como viejo zorro y en tono de mofa, sorteó y meneó a su consorte temporal estirando sus compromisos lo más que pudo, para hacerse sólo de sus beneficios y dar la espalda a la factura, dejándola como herencia espuria, como el pesado bulto que es hasta ahora, a su remplazante, Ollanta Humala.
Las coincidencias que respaldaron la confluencia del partido del gobierno, aquellas metas que unieron diferentes miradas, poco a poco se han visto mermadas por un norte cuyas estrellas han obligado al líder nacionalista, obnubilado, a cambiar de dirección, provocando descontento, crisis y hasta el abandono de algunos de sus miembros. Hoy, un gobierno débil, inseguro y sin norte; aquel que parece administrar su gestión con la mirada fija en las encuestas, esperando que la tan manoseada y penosa frase "piloto automático" les evite un naufragio de esa atesorada aprobación pública que aun mantiene; ese que lleva una agenda obediente al dictado de los medios más influyentes y que pretende sectores que antes repudiaba; aquel que desestima tomar posiciones esperando el viento aclare qué conviene a su sobrevivencia, es el que tiene a cargo un Indulto humanitario como moneda de cambio, una carta pase que no piensan soltar, ni pronta ni facilmente, ni a favor ni en contra, para mantenerla en vitrina como garantía de favores mientras el Fujimorismo deshoja margaritas.
Según el Reglamento del Congreso, el plazo para decidir abrir una
investigación luego de una denuncia es de quince días. Pasados once
meses en que los medios manosearon una supuesta falta del congresista de Acción Popular-Frente Amplio y ex oficialista, Javier Diez Canseco, se decide investigar.