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lunes, 18 de febrero de 2008

gato negro






No hace mucho, el 6 de febrero, estuve en el edificio larco apreciando la muestra teatral de los alumnos de Bruno Odar, donde mi pata, Dante, daba su examen final. Era una puesta en escena de tres actores, incluyéndolo, y un unipersonal que era el que más me llamaba la atención, no sólo porque le di una mano cuando nos reunimos en su casa para elaborar una propuesta para la prueba, entre tres Barenas que quedaron olvidadas en el calor de un rincón, sino, por el potencial de la historia que había él escogido; potencial para explotar las emociones humanas y la locura. Era el Gato Negro de Allan Poe, un tema muy rico que, sin llegar a las exageraciones típicas del teatro, exageraciones provocadas por las carencias de espacio y visión propias del género, podría desempolvar una muy buena propuesta actoral; "¡pero es teatroooo!", reclamaba Dante entre risas para cuando yo le ponía un alto en busca de mayor sutileza y realismo, "¡es muy exagerado! mucho teatro".


Círculo vicioso







La creación por sí misma, como acto distante a nuestras posibilidades, es un acto de alguien superior, ergo, únicamente por concepto la conclusión lógica es que el ente creador es un ente superior. El silogismo es claro y evidente. Las iglesias del mundo, más allá del objeto de devoción, le han dado a esta entidad una personalidad que circula dentro de lo que entendemos como la inteligencia absoluta, la bondad y la justicia, características que ¡claro! varían de acuerdo a la época y al lugar, conceptos tan altruistas son también muy diversos de acuerdo a los contextos. No podemos comparar, por ejemplo, la justicia parcializada y cruel del Antiguo Testamento con la del Nuevo, la justicia de las épocas del esclavo con la de la igualdad de razas, más allá de que aun queden rezagos. Entonces este ente es la suma, la imagen individual que rescata la personalidad de la que todos, hayamos muy convenientemente adjudicado con nuestra propia moral, punto de vista, principios o nuestras restricciones. El mismo ser visto con tantas variantes como puntos de vista hay y ha habido en el mundo. Aun sin saberlo, hay tantos Papa Lindo, como seres en todo el planeta desde la aparición de los primeros conceptos filosóficos.


domingo, 17 de febrero de 2008

la mano de dios




No es la primera vez que oigo decir que el ateo no existe; que lo absoluto, en una posición así, no es cierta. Que esa postura, idea, decisión, es tal vez sólo una protección ante la verdad que uno se rehúsa admitir, o la rebeldía caprichosa propia del puber, que perduró en la adultez a consecuencia y razón de una supina pero maquillada falta de conocimiento.

Jean, un pata que como ellos, ha coincidido en someter, entre las enredadas palabras de su comentario, aclaradas en el messenger, mi autoproclamación atea como un error de principios, recurriendo como base de mi equivocación a la filosofía, a la antropología y a Jean Paul Sartré y su existencialismo. ¡Que tengo un Dios ha asegurado! Tal vez no es Yhvé, tal vez no es Alá, u Odín o Wiracocha (de vez en cuando debemos ser nacionalistas), pero de que alguno tengo, a la luz de la verdad en las sombras del maquillaje, no tiene dudas: 
La historia ha mostrado en todas las culturas del planeta la veneración a un dios, ya sea tangible o no; a innumerables dioses, antropomorfos, asteroides etc... 


Un alma descarriada


Hasta no hace mucho, había colocado al inicio de la ventana del messenger, en una de esas opciones para dejar un pensamiento o hacer público lo que estás haciendo, un extracto de un poema del maestro César Vallejo, uno de mis preferidos, "Dios mío! si tú hubieras sido hombre, hoy supieras ser Dios", esto daba inicio a una serie de conjeturas entre algunos de mis contactos, aquellos que por su poca afición a la poesía de Vallejo, asumían que era un mensaje rencoroso de un ateo resentido o por lo menos, de una de esas confusas almas que creyendo sin creer buscan como mejor culpable a su Yhve. Supongo que no iban a permitir la caída de un alma más y, preocupadas, tomaron cartas en el asunto, lo cual agradezco. Entre las amistades del messenger, habían quienes desconocen mi falta de fe, sobretodo las nuevas, por lo que en busca de encaminar en las sendas del bien a este perdido no creyente envuelto en las garras de Mefistófeles personificado en la incredulidad, me vi bombardeado de fe. Aunque mi intención inicial haya sido, a través de la cita a Vallejo, solamente la ironía sin esperar reacción alguna, este imprevisto se convirtió de pronto, en un debate sobre uno de los temas que, la verdad, disfruto.

Soy ateo, si el término lo permite, a pesar de haber oído continuamente y para sorpresa de quienes como yo han caído en ese hoyo, que nadie lo es. Sin embargo, más allá de discrepancias filosóficas sobre lo que ronda en mi cabeza, me limito a su etimología -¡sin Dios!-, pues no lo tengo. Esto debido a que, pese a que me formé en una clásica familia de clase media de inclinaciones católica apostólica romana, en una sociedad creyente y en un colegio parroquial donde dos veces a la semana era llevado a misa como parte de mi educación, mi curiosidad por el tema me obligó a buscar respuestas en diversos textos, palabras, pensamientos y testimonios relacionados, señalando como bastión de mis dudas y certezas teológicas a la biblia y su historia. Para quienes piensan, o mejor dicho, sienten lo contrario, su posición con toda lógica les parece tan razonablemente cierta por la fe (sic), como para un ateo la ausencia de evidencia indica razonablemente que no hay Dios, o por lo menos no hay razón para pensar que exista. Quienes han insistido en llevarme por el buen sendero sostienen, para otorgarle a las explicaciones religiosas, sus creencias, y sus sentires, una calificación que garantice la certeza de su postura, que la razón humana no ha llegado a descubrir ni explicar la realidad por completo, que hay preguntas sin resolver, misterios y que la ciencia no alcanza para resolverlos todos. Sin embargo, aunque lo que dicen es cierto, esto sólo prueba las limitaciones de la ciencia y que evidentemente hay cuestionamientos sin respuesta y que probablemente no puedan resolverse nunca. Pero esta acertada aseveración no le atribuye a las escrituras ni a las creencias, certeza, no la convierten en la respuesta a la que la ciencia no puede llegar y menos aun le da posibilidad de ser fuentes de la razón, justamente porque no se basan en ella. 


Lo cierto es que en la búsqueda de las respuestas, en la búsqueda de la verdad, aún cuando a la ciencia le falta aún mucho camino por recorrer, es ella la que mejor recorre ese camino. Es decir, la ciencia no tiene todas las respuestas pero verdaderamente es, de las dos opciones, la única que puede llegar a acercarse a la verdad, la única que pueda llegar a responder a base de los hechos y las evidencias las incógnitas de la existencia. ¿Acaso existe un sólo misterio resuelto que no haya sido por la vía de la razón, aun contradiciendo lo que la iglesia había dado por sentado, aun contradiciendo lo que la iglesia por años habría declarado como una absoluta verdad? El credo, a diferencia de la razón, no ofrece respuesta, ofrece placebos basados en lo sobrenatural que no están en absoluto justificados por evidencia y peor aun, los que lo dan por cierto, los descartarían por lo absurdo si no fuesen parte del credo con el que fueron formados. Cuando uno, en busca de respuestas, obvia la razón y la evidencia llenando ese vacío con historias sobrenaturales que estando en otro contexto descartaría; cuando uno llena ese vacío, no con la razón y el poco conocimiento al que el hombre ha llegado en su saber, sino con creencias, con cuentos no muy distantes de los que contamos a los niños para dormir, es sólo la entrega voluntaria a la ignorancia y al delirio aunque pretendan llamarla diferente.



“Cuando una persona padece de delirio, a eso se le llama locura. Cuando muchas personas padecen de delirio, a eso se le llama religión.”  
Robert Pirsig



Para bien o para mal, sumido en mi curiosidad, he buscado mis propias respuestas procurando dejar esos filtros celestes, ajenos a mí cuando mi mirada descubría las líneas que las iglesias ofrecen como respuesta. Esta maligna curiosidad me llevó a la condena, una condena en la que me sumergí arrastrado por la necia actitud de descubrir a Yhvé, sin los dogmas y prejuicios que muchos cargan sobre el lomo, sin esos filtros que por años cincelan en la mente del infante, generación tras generación. Fue mi curiosidad, porfía, la culpable, la que me llevó por otro camino, un camino que no siempre es bien visto, que no siempre tiene el mismo norte que el viento en que navega una sociedad religiosa, cucufata y prejuiciosa. Un camino que me llevó a ser quien soy, a pensar como pienso, que me llevó y me convirtió, para el dolor de mis cercanos y para la alarma de quienes no conocen a Vallejo, sólo en esta alma descarriada.










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