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domingo, 10 de agosto de 2008

la luna y su dueño


Recuerdo en el Colegio haber oído acerca de una anécdota que me había causado gracia y que por los años infantes en que
cursaba la había asumido con extrañeza pero sin objeción debido a mi comprensiva ignorancia, a pesar de lo disparatado que sonaba; en secundaria recuerdo haber recordado el tema, talvez por algún comentario alusivo, pero a pesar de intentar aliviar mi curiosidad las limitaciones de la época me sirvió de poco para hallar todas las respuestas, sin embargo enterado ya estaba de ciertos pormenores; con la intención de hallar más opiniones, información y videos a favor y encontra del la controversial afirmación de que nunca el hombre piso la Luna volví a encontrarme con esta, aunque curiosa, real anécdota.

Jenaro Gajardo Vera nació en Traiguén, Chile, en el año 1919, mudándose a Talca a principios de 1951 para ejercer la abogacía, hacer poesía y pintar. En la ciudad, había un club que reunía a lo más selecto de la sociedad local, miembros de la ya alicaída aristocracia talquina, los Silva, Donoso, Cruz y los Concha, el Club Talca, en cuyos amplios salones de la calle 1 Oriente, se debatían y armaban candidaturas que impidieran el ingreso de ideas revolucionarias que pusieran en riesgo sus rancios privilegios. Una de las cláusulas para ser parte de el exclusivo club, exigía, además de título profesional y posición social, el título de propiedad de algún bien raíz; se dice que ante este contratiempo, Jenaro no tuvo mejor idea que reclamar para sí, la propiedad más grande; El audaz abogado mandó publicar 3 avisos en el Diario Oficial, de acuerdo a la ley Chilena, para dar la oportunidad a quien ya tuviera algún derecho sobre la propiedad en cuestión, a poder ejecerlo y ante la ausencia de un anterior dueño, Gajardo, se presentó ante el notario de Talca, Jiménez Fuenzalida y pidió dejar constancia de que se declaraba único dueño, para lo cual acreditaba que lo era desde antes de 1857, una fórmula legal utilizada en esos tiempos para sanear terrenos sin título de dominio, del satélite natural de la tierra, es decir la Luna, describiendo sus medidas y límites territoriales, inscribiéndola como su propiedad en el Conservador de Bienes Raíces de Talca con un pago de 42.000 pesos chilenos en aquella época, declarándose como legítimo dueño de la Luna, por escritura, el 25 de septiembre de 1954, "Jenaro Gajardo Vera, abogado, es dueño, desde antes del año 1857, uniendo su posesión a la de sus antecesores, del astro, satélite único de la Tierra, de un diámetro de 3.475.00 kilómetros, denominada Luna, y cuyos deslindes por ser esferoidal son: Norte, Sur, Oriente y Poniente, espacio sideral. Fija su domicilio en calle 1 oriente 1270 y su estado civil es soltero. Jenaro Gajardo Vera, Carné 1.487.45-K Ñuñoa. Talca, 25 de Septiembre de 1954. Escritura legalizada", con lo que, con rostros extrañados, el club admitió al aspirante.


Escritura legalizada




La historia fue publicada en todo el planeta, llegando la noticia a oídos de la siempre atenta administración tributaria, que pretendió
ser más audaces que el abogado; 2 inspectores procedieron a visitarlo, nada menos que para solicitar el pago del impuesto de propiedad correspondiente; Gajardo contestó de que no había ningún problema en reconocer la deuda, pero exigió que, en conformidad a ley, fueran los representantes del estado, a su propiedad in situ para realizar las medidas pertinentes y la tasen adecuadamente; por supuesto, no insistieron. Pero el problema mayor era la carrera astronautica que realizaban los Estados Unidos de América y la ex Unión Soviética de aquel entonces en la que los primeros iban perdiendo a raudales ante los ojos de su enemigo y del mundo entero, el objetivo la Luna; Gajardo, en conformidad a las disposiciones legales internacionales, había gestionado, a través del abogado Enrique Monti Forno, la revalidación de su dominio en Washington, por lo que su propiedad, para 1969, ya era legalmente reconocida no sólo en Chile sino en tierras de la Estatua de la LIbertad; todo ello, por cuanto las normas universales de la ONU sólo reconocían propiedad privada hasta una altura de 80 kilómetros, en la que 90 países, entre ellos Estados Unidos y Rusia (y España que lo ratificó en 1968), prohibiendo también registrar como propio o comprar objetos más allá de la Tierra. Cualquier compra, por lo tanto, sería contraria al derecho internacional, pero como esa reglamentación era de 1967, posterior a la escritura de Gajardo de 1954, esta última prevaleció sobre el tratado de la ONU.

En el año 1969, Richard Nixon, para poder concreta
r el supuesto proyecto del hombre en la luna, envió un comunicado que se hizo llegar al abogado chileno a través de la embajada norteamericana y la cansillería en Santiago, "Solicito en nombre del pueblo de los Estados Unidos autorización para el descenso de los astronautas Aldrin, Collins y Armstrong en el satélite lunar que le pertenece. Richard Nixon, Presidente de los Estados Unidos de Norte América", a lo que Jenaro Gajardo Vera respondió, "En nombre de Jefferson, de Washington y del gran poeta Walt Withman, autorizo el descenso de Aldrin, Collins y Armstrong en el satélite lunar que me pertenece, y lo que más me interesa no es sólo un feliz descenso de los astronautas, de esos valientes, sino también un feliz regreso a su patria. Gracias, señor Presidente. Jenaro Gajardo Vera".
Esta comidilla judicial por loca que suene, sentó jurisprudencia en materia de propiedad espacial: aparte del tratado de la ONU de 1967, el entonces Ministro de la Corte Suprema Rubén Galecio Gómez le dijo al dueño de la Luna: “Bueno, si tú inscribiste la luna, yo puedo hacer lo mismo con el planeta Marte” a lo que Gajardo respondió, “No puedes, por cuanto el Derecho Civil impide reclamar propiedad sobre un bien que no pertenece a la Tierra, como es el caso de Marte”. Gajardo se dio también la tarea de crear una Sociedad Telescópica Interplanetaria para formar un comité de recepción a los primeros visitantes extraterrestres!, en la que contaba, en su directorio, con el Obispo Manuel Larrain, lo que acalló cualquier comentario burlón en torno a la institución.







Mario Kreutzberger, el popular Don Francisco de Sábados Gigantes, lo entrevistó en tono burlón en la que preguntó el motivo de tan loca inscripción, “Le voy a contar por qué inscribí la Luna: no me agrada la gente que habita el planeta tierra. No me gusta que no hayamos podido eliminar el odio, la envidia, la maledicencia, el rencor…”, contestó Jenaro, quien falleció en 1998 en el Balneario de Santo Domingo, legando, en su testamento, la propiedad de tanta controversia, a la humanidad, “Dejó a mi pueblo la luna, llena de amor por sus penas”; USA, puede regresar a la Luna cuando quiera, ... si es que puede!.


2 Miradas :

Silvana Tapia .....[Responde este comentario] dijo...

Wow, realmente no conocía esta historia, es buenísima, y muy interesante para los estudiosos del derecho civil, realmente un caso sui generis.

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