enero del 2003

César regresaba a casa después de haber ido a comprar en el mercado; su primo, otro pelucón metalero igual que él, había llegado de viaje y se había quedado a dormir en su casa, y no quiso acompañarlo a las compras. Al subir a su habitación, César lo halla en su baño en el piso inerte, con algunos rastros de sangre de su boca y una bolsa de veneno para ratas vacía; a un lado de él habían unos sobres con unos nombres escritos. César levanta el sobre donde estaba su nombre y lee el contenido, en él, le pide dejar cada una de las cartas a las personas cuyo nombre estaba puesto en ellas. César pasa horas leyendo cada una de las cartas en las que se alimenta de sus remembranzas, anhelos, pesares y alegrías, y su despedida.

En el 2002, con mi hermano, habíamos armado una serie de proyectos por realizar; algunos se concretaron, otros quedaron a espera de ser desenpolvados; uno de ellos, era el de una serie para televisión en Iquitos, con una familia disfuncional, recreando cada uno de los personajes de forma independiente que aunque tenía el protagonismo en uno de sus integrantes, buscábamos que explotar cada uno de ellos y su entorno en cada capítulo, mezclando un poco el humor negro y las situaciones en que se pueden meter los jóvenes en nuestra época.

En Enero del 2003, tuve que viajar a Lima con mi hermano por el estado de salud en que se encontraba mi madre quien fallece luego de una operación el 28. A mi regreso, cuando retomamos los proyectos, entre ellos, la serie, continué con el desarrollo de los capítulos y empecé a hacer el guión de uno en especial, uno muy oscuro y sin un ápice de humor; no sé si por catarsis o qué, pero cada vez que lo escribía me sentía irremediablemente derrotado; algunas personas que lo leyeron afirmaron que cada carta era aun más sentida que la otra. Aun no lo he vuelto a leer y no sé si me dejara el mismo efecto que cuando lo escribí.