Al circular por Lima en época de fiestas, es inevitable observar, más allá del calor del insoportable verano que está aconteciendo en esta parte del planeta, y del chocolate aún más caliente, a niños, jóvenes y adultos pululando en un aura primaveral, amical y fresco. El espíritu navideño, como tan marketeramente los medios venden sus artilugios, tan norteamericanos, alrededor de una fiesta ya globalizada, nos ha invadido nuevamente, como cual virus. Se siente el ambiente de fiesta, haciéndonos olvidar por un momento los problemas y compromisos como cada año.
Es el mes en que las familias adornan sus casas con árboles con nieve, Papá Noeles y luces, para celebrar la venida del niño Jesús; como lo hacían en mi casa y la de tanta gente en el mundo ¿Pero cómo nace la costumbre de incluir en la recreación del nacimiento del Mesías, a un árbol de pino, nieve y a un gordito bonachón vestido con botas negras, un grueso y caluroso saco rojo y, un sombrero, dentro del sofocante calor de Belén?