Debo confesar -nostálgico y reflexivo- que la publicidad y las comunicaciones, actividades a las que me dedico, me ha proporcionado momentos gratificantes, anécdotas bochornosas pero agradables que recuerdo con una sonrisa en los labios, y situaciones que debido a mi muy inadecuado modus operandi, a mi timidez, o a condiciones muy particulares, no he sabido aprovechar.
No estoy seguro el motivo por el cual estuve mal en esos días. El estómago se me había rebelado y no podía contener aquellas exigencias fisiológicas que a todos los demás no les resta mayor tiempo a diario. Bastaba con ver el menú con el que por motivos de trabajo acostumbraba consumir mientras corría de un lado a otro: hamburguesas, tocino, papas fritas, pollo a la brasa; todos aquellos manjares empapados en grasas que no corresponden a una dieta, digamos, sana o balanceada. El pecado ya se había cometido y estaba pagando culpas. Para colmo de males, antes de ir al trabajo me di con la sorpresa de que no había pagado la renta con el dinero que ya había gastado, cuyo aviso me había sido notificado 15 días antes y que incluía los servicios básicos. No tenía tiempo de ir al banco y estaba sin luz. Felizmente para mis intereses en ese momento, sí tenía agua...